jueves, 25 de junio de 2020

miércoles, 24 de junio de 2020

Belén y JJ.





En la discusión entre Jorge Javier y Belén Esteban, si bien me cae mucho más simpática Belén, he de reconocer que me parece más defendible la postura de JJ, comprendo que se cabreara y saltara como saltó con el torpedo que le lanzó Belén “porque tú no lo vives”, duele que te metan en una jaula de oro para descalificar tu opinión.

Belén tiene razón en cuanto a la descripción de unos resultados, son así y así nos los han transmitido los medios, pero JJ creo que tiene razón creyendo que el Gobierno hizo todo lo que estaba en su mano y que había situaciones imposibles de manejar por indisponibilidad de recursos, pero igual el Gobierno Central que los autonómicos o los extranjeros, ellos eran los primeros interesados en minimizar el impacto de la epidemia y salvar vidas, no lo dudo, por la cuenta que les tenía como Gobierno y por pura empatía y humanidad estoy seguro, presentarles como unos desalmados o delincuentes creo que es simplemente disparatar.

Han sido unos ineptos?, creo que tampoco se necesita mucha ciencia infusa para tratar de atajar algo así, basta el puro sentido común y el consejo de los expertos, con un nivel medio de competencia y sin más especialización se ve clara la situación y lo que es necesario aplicar, el problema viene si lo que es necesario aplicar está indisponible.

Belén hablaba desde el sentimiento de rabia y JJ trataba de racionalizar el tema, cuanto más te afecte un tema más difícil es distanciarse y analizarlo fríamente, está claro.

Esto ha sido un Tsunami difícilmente imaginable por nunca haber visto nada parecido, se han intentado poner los medios al alcance por parte de los gobiernos y tampoco creo que todos los políticos hayan estado a la misma altura como dice Belén, tal vez sí lo han estado en el nivel de bronca pero no en el nivel de la efectividad y de lógica, ha habido quién ha hablado por hablar y quién ha ido detrás de hacer lo que se podía por impopular y cuestionado que fuera.


El paseante


martes, 23 de junio de 2020

Piano, estera y velador.




Una vez tuve una amiga que hacía cosas que nadie haría por ti salvo tu madre quizás, una amiga a la que siempre que necesitabas estaba, generosa, valiente, luchadora incansable en defensa de sus amigos, alguien único, irrepetible, junto a la cual el tiempo no existía porque su cariño y generosidad no tenían límites, te hacía sentir como en casa cuando estabas con ella, y aunque tenía mucho carácter, era, sin embargo, bastante suave si rompías el hielo del que se rodeaba cuando estaba frente a los demás, gran fortaleza tal vez como una defensa temerosa de su fragilidad. Recuerdo anécdotas de momentos vividos juntos, reuniones, fiestas, viajes, comidas y cenas, parrandas, hasta borracheras, imborrables recuerdos de un tiempo perdido irremediablemente, pero con la alegría de haberlos vivido, experiencias enriquecedoras que te hacen crecer junto con las charlas jocosas en ocasiones y las charlas reflexivas de momentos difíciles, siempre le decía que en una ocasión me salvó la vida porque en un momento muy crítico para mí ella estuvo a mi lado y me supo escuchar y aconsejar pese a que también pasaba ella por un momento complicado. Éramos, eso creo, complementarios, mi suavidad atemperaba su ímpetu, aunque a veces se cambiaban las tornas y era ella la que tenía un efecto balsámico sobre mí.

Es una pena para mí haberla perdido, que no quiera saber nada de mí por un malentendido que no acierto a adivinar, ha levantado entre los dos un muro infranqueable y siento pena porque creo que su obcecación parte de un error, parece mentira que no me conozca, o prefiera verme desde un filtro deformante que nada tiene que ver ni conmigo, ni con lo que ella significa para mí.

Su fuerte carácter y convicciones la impiden siquiera que hablemos, escucharme, y me parece injusto pero lo acepto, no me queda además otra después de todos los portazos que he recibido como si fuera un apestado y no el amigo que siempre fui.

Es cierto que desde siempre hemos tenido encontronazos o desencuentros, como queramos llamarlos, reconozco que a mí incluso me gustaba provocarla, tocar en sus puntos flacos para que saltara, era como un deporte, primero se enfurruñaba y luego yo arreglaba el entuerto, como un reto psicológico, como domar un potro o montar un toro en un rodeo, en ocasiones la cosa se ponía muy difícil de arreglar, era mucho más fácil provocarla dada su susceptibilidad que arreglar la situación, dada su tozudez y amor propio, pero eso formaba parte de su encanto personal, y en esa susceptibilidad tan a nivel de piel es en la que ha caído ahora irremisiblemente para conmigo, sin posibilidad de arreglo ahora además dado que ha cortado toda posible comunicación o encuentro.

Si bien me gustaba provocarla, he de decir que era más bien tratando de desbloquear sus rigideces mentales y existenciales y hacer que se relajara por su propio bien, como una especie de ejercicios gimnásticos del temperamento, pensaba que para ella sería terapéutico soltar tensión, he de reconocer también que disfrutaba provocándola y sacándola de sus casillas, para mí era divertido, cuando veía que la cosa decaía pues lanzaba un torpedo y ella recogía el guante, sentía así mi poder sobre ella, como si fuera un juguete, y ella no adivinaba el juego que había detrás, si lo hubiera detectado se hubiera reído de las situaciones, porque eran realmente ridículas, sin fundamento, pero la sutileza y el leer entrelíneas no era lo suyo, yo observaba sus cabreos desde la barrera e iba toreando la situación hasta que todo se iba suavizando y acababa bromeando intentando hacerla reír y darle la vuelta al cabreo haciendo de él un chiste. Algo iba quedando en ella como poso de esta terapia, el tiempo que compartimos amistad mejoró mucho de forma de ser, se relajó, abrazó temporalmente el lado dulce de la vida y se cuidó más, mejorando su autoestima.

La sutileza no era su fuerte, era muy frontal pero yo quería que se volviera más sutil, menos guerrera, que desarrollara y practicara el sentido del humor, algo que en una persona inteligente como era me parecía que iba a aportarla salud mental y calidad de vida.

Todo se lo guardaba para dentro pero cuando se abría salían verdaderas perlas, chispas de agudeza, entonces sí, sutiles y muy perspicaces, creativas, fogonazos únicos, pero aquello normalmente ella lo tapaba, no permitía que saliera al exterior, se minusvaloraba, tal vez por una educación muy rígida o formalista, era un filón desaprovechado, un diamante en bruto, que sólo en ocasiones se dejaba ver, y como esas ocasiones eran raras, generalmente eran como estallidos o estampidas que dejaban mudo al más pintao.

Yo la tenía como amiga, al igual que me ha pasado siempre con mis amigos, porque me parecía genial, y ella en especial lo era, entre tanta vulgaridad ella brillaba a mis ojos si bien en general producía rechazo a los demás por su dureza de carácter y su brusquedad siempre a la defensiva, había que romper el hielo y ganar su confianza con sinceridad, abriendo el corazón y generando empatía.

Ella además me apreciaba y admiraba, como yo a ella, y eso se percibe mutuamente, por eso nuestra amistad fue tan fructífera y enriquecedora para los dos, porque había una gran afinidad, como una química que hacía que las bases de nuestra amistad fueran muy sólidas pese a sus vaivenes.

Por eso no sé bien qué pasó, tal vez se sintió ofendida por alguna actitud mía que, aunque sin intención por mi parte, pudiera ofenderla, o tal vez se hartó de mí, en ocasiones las personas dejan de interesarnos, pero bueno, sea lo que sea, me gustaría saberlo, aceptaría lo que fuera aunque estuviera equivocada si ésa es su 
visión.


El paseante


jueves, 4 de junio de 2020

Covid 19, reflexiones de un confinado.




Caramba, no sabe uno ni qué decir, se queda uno mudo ante tal catástrofe, por la impotencia y por la extensión, también por su rapidez imparable, es como un tsunami a nivel mundial, algo nunca visto antes al menos en los tiempos recientes.

Las medidas para paliar el contagio han sido muy draconianas, el confinamiento impuesto es muy duro y más pensando en el riesgo del contagio y sus consecuencias con una sanidad desbordada, es horrible no poder salir de casa y horrible salir en semejantes circunstancias, acaba uno neurótico, sobre todo en los momentos peores cuando era difícil vislumbrar una salida.

Mil muertos al día y las escenas en la tele, terribles, especialmente en ciudades como Madrid que por su hacinamiento de personas se convirtieron en una verdadera ratonera.

Cada uno lo sobrelleva como puede, según sus circunstancias de vida, pero la sensación de total fragilidad, desprotección y fugacidad de la vida es algo que cala muy hondo, deja marcado.

Desde arriba el Gobierno y las Administraciones tratando de afrontar la situación como podían, con escasez de medios personales, hospitalarios, de suministros, una locura.

Creo que ha sido un espectáculo bochornoso la desunión de la clase política y el tratar de sacar rédito de la situación tan grave, al final queriendo cuestionar al gobierno y las administraciones no han hecho sino reforzarlos, uno piensa si otros lo hubieran hecho mejor pero las circunstancias mandaban, imperaban, creo que, en situaciones tan imposibles, tan sin salida, tan frenéticas, hay que aceptar la realidad y dejar de ejercer una oposición destructiva.

Otro tema es la fobia que uno desarrolla frente a las autoridades por sus decisiones limitativas de la libertad, pese a analizar su necesariedad uno está muy incómodo, lo pasa muy mal, la cabeza te da la vuelta, internamente se revela como si fuera un niño que no entra en razón cuando se le manda hacer algo que no quiere por su bien.

Quejarse, lamentarse, no sirve de nada ante esto, ni como ciudadano ni como político, hay que afrontar la situación con dolor y ser consciente de que los imposibles son irrealizables y no se pueden extrapolar exigencias ya consolidadas socialmente cuando todo se pone boca abajo y nada puede funcionar de igual manera, porque no hay medios suficientes ni previsiones al respecto.

Cada prórroga del estado de alarma ha sido como un mazazo en la población a la que se ha privado de libertad, de empleo, de estar con los familiares, amigos, de vivir, pero eran necesarias, ante esto cómo pueden los partidos políticos mercadear con el sentido de sus votos y, sobre todo, oponerse, qué hubiera sucedido si no hubiera seguido limitada la libertad de movimientos, no quiero ni pensarlo. Por triste que resulte reconocerlo.

El paseante